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HOMILIAS sobre "El Espíritu de la Verdad y el espíritu de la mentira"


Padre Pedro Rubio hdv

HOMILIA II. (Mc 9,14-29) 21/02/2000.



Hay varios pasajes en el Evangelio en los que Jesús arroja al demonio, quien es sobre todo espíritu de mentira, acusador, tinieblas. Si Dios es Luz, el demonio es tinieblas; si Dios es el camino, el demonio no es camino; si Dios es la Vida, el demonio es la muerte.

Aunque algunos no lo crean, el demonio sí existe, es un ángel caído, no es simplemente el llamado "mal", es un espantoso y abominable monstruo.

Por el pecado nosotros vemos las cosas en modo humano, no estamos capacitados para ver claramente, para reconocer ni las tentaciones ni las mentiras, de tal manera que nos demos cuenta de lo que es mentira y de lo que es verdad.

Es necesario distinguir entre lo que es la tentación y lo que es él, entre la mentira y el mentiroso. Jesús cuando habla, esa Palabra es Él mismo, dándose a sí mismo. La mentira es una ausencia de la Verdad sembrada por el demonio, quien no tiene capacidad de darse a sí mismo en sus mentiras.

Hay dos modos en los que el demonio actúa: La obra ordinaria que se manifiesta interiormente a través de tentaciones, mentiras, etc.; y la obra extraordinaria que se manifiesta exteriormente, por ejemplo: posesiones, manifestaciones sobrenaturales, etc. Sólo la Verdad acaba con la mentira en forma absoluta, pues la Verdad se basta a sí misma, mientras que la mentira necesita de la Verdad para ocultarse. La tentación se presenta de diversos modos y en todos los campos: cuerpo, alma, voluntad, inteligencia, etc. San Pablo dice "lo que quiero hacer no lo hago, y hago lo que no quiero" (Rm 7,15); el Reino de Dios consiste en poseer tal fuerza que podamos hacer lo que queramos en virtud de la Verdad, porque lo que queremos es la Voluntad de Dios.

En el camino se manifestarán los frutos de la mentira que ha sido sembrada en nosotros, haciéndonos sentir disgustos y repulsión a hacer el bien por cualquier razón; pero podemos darle vida a Dios si nos vencemos, morimos, perdemos nuestra vida y nos negamos. Por esto no debemos caer en la tentación cuando sentimos que hay muchas cosas que no nos gustan o sentimos disgusto por hacerlas, teniendo que hacerlas por obediencia o por amor a Dios, de que Dios no nos ama o de que estamos lejos de Él.

La clave de todo está en el conocimiento pleno de la Verdad, pero de la Verdad esencial, no basta solamente saberla, sino conocerla. Dios nos ama infinitamente, el conocer esto significa no dar lugar a la mentira, hasta que llegue el momento en que la tentación ya no venga más. Debemos estar tranquilos, contentos, felices de todo, no importa lo que sea. Este es el mejor modo de exorcisar, que se cumple en la medida de nuestra fe; si tenemos fe conocemos a Dios, nuestro único deseo debe ser conocerlo más, y mientras más lo conozcamos, más entenderemos ese amor perfecto e infinito de Dios hacia nosotros. Y así, aunque venga la tentación, no hay que hacerle caso a ella, sino al Espíritu de la Verdad que nos dice que "Dios nos ama infinitamente". La mentira se presenta tan sutilmente que pensamos que somos nosotros mismos los que nos formulamos tales pensamientos o mentiras, cayendo a veces en crisis al contemplar mentiras disfrazadas de verdad. Estas tentaciones hay que verlas como una oportunidad de Dios para decirle "Fiat", para ver su amor infinito en esto, y entonces, esas tentaciones que querían molestarnos, se van. Una de las tentaciones más grandes es el "no me gusta" o "no quiero", porque lo que no me gusta o lo que no quiero ataca nuestra voluntad.

Dice Jesús: "Aquél que ve una mujer y la desea con su corazón, ya adulteró" (Mt 5,28). Aun cuando no haya sido posible para alguien adulterar, se le toma como si en verdad lo hubiera hecho por haberlo deseado; así mismo pasa con el bien, pues aquél que ve un bien, que vislumbra un bien, que lo desea y quiere hacerlo, ya lo hizo; aun cuando externamente no lo pueda hacer, para Dios ya es una realidad.

De aquí que podemos hacer cualquier cosa que deseemos con nuestra voluntad; y conociendo que el bien máximo es darle a Dios gloria infinita, esto será lo único que pediremos, por eso cuando la fe (el granito de mostaza) está bien centrada, lo único que querremos será amar a Dios y enseñar a otros a amarlo, en vez de hacer milagros u otras cosas.

Ahora, si alguien pide una sanación de una enfermedad, si verdaderamente queremos sanarla, primero debemos hacerle entender que Dios la ama, que escuche y entienda con su corazón, para que entendiendo se convierta, y convirtiéndose, Dios la sane, no ya de la enfermedad física, sino de la espiritual, así, aunque siga enferma físicamente, el alma pueda ofrecer su enfermedad para la salvación de las almas; si en cambio, se sana sólo físicamente, le puede suceder como a los nueve leprosos del Evangelio, no vuelve a Jesús, no sigue creciendo, no es agradecido y no se da totalmente a Él. Algo semejante puede suceder cuando a alguien se le hace un exorcismo, por esto, más bien enseñemos la verdad, y con la verdad quedará libre, cuando entienda que Dios la ama, quedando totalmente liberada, ya no por medio de otra persona, sino directamente por Dios.

Apoyados en la verdad de que Dios nos ama podremos vencer cualquier tentación. Por otro lado, a nosotros no nos corresponde juzgar si lo amamos a Él o no. Por ejemplo, hay momentos en que la vida espiritual se vuelve un peso por la monotonía, pero apoyados en esta sola verdad, todo se vuelve una sorpresa continua del amor de Dios, una caricia, un beso. El camino hacia la unión es pesado por las continuas tentaciones de que Dios no nos ama, que cada vez son más fuertes. Recordemos lo que dicen San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, que antes de recibir una gracia, Dios nos hace sentir que nos ha abandonado y, en ese momento, desde el interior del corazón, decimos "no importa, yo te amaré"; pero aun más poderoso que esto es el "yo sé que tú me amas", pues esta es la verdad que realiza la unión con Dios, es la que hace que el Reino de Dios venga y habite en nosotros.

Hasta ahora el hombre caminaba hacia el Reino de Dios, pero ahora este Reino baja a nosotros y toca a la puerta y si le abrimos, entra, cena y vive con nosotros; la puerta se abre con el "yo sé que tú me amas", pues es entonces cuando empezamos a verlo todo como amor de Dios. Los santos han pasado grandes purificaciones para llegar a esto, pero ahora como el Reino de Dios baja hasta nosotros, la purificación la vivimos con Jesús y en Jesús. Ahora pues, basta que cuando nos sintamos de lo peor, volteemos la mirada y nos centremos en ese "pero Dios me ama" y "en este estado Dios me está amando, me está besando y me perdona perfectamente".