En estas circunstancias, el Espíritu Santo, que asiste invisiblemente a su Iglesia, según la promesa de Cristo cuando le dijo a Pedro: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16, 18), suscitó a algunos hombres cristianos que defendieron la fe de la Iglesia con sus apologías, que eran escritos con el propósito de deshacer las calumnias que se propagaban acerca del cristianismo y de informar acerca de la verdadera naturaleza de esta "nueva religión". A diferencia de los escritos de los Padres apostólicos, que iban dirigidos a las comunidades cristianas para su instrucción y edificación, estas apologías iban dirigidas generalmente a un público no cristiano.
Estos autores se suelen agrupar bajo el nombre de "Apologetas", aunque no siempre su intención se limitaba a la simple apologética o defensa del cristianismo: en muchos de estos escritos hay además una verdadera intención misionera y catequética, con el propósito de ganar adeptos para el cristianismo entre aquellas personas que se interesaban por el peculiar modo de vida de los cristianos.
La apología se presenta en dos formas: en escrito defensivo, dirigido directamente a las autoridades políticas y al mismo emperador, e indirectamente a la opinión pública, sobre todo a los paganos cultos; y también en forma de diálogo, para resaltar las diferencias entre el judaísmo y el cristianismo, y la superioridad de este último.
Los apologistas, al pretender expresar el mensaje cristiano de una manera clara y atractiva para los no cristianos, lo hacen en lo posible según las características mentales de la propia época. La apologética representa así el primer intento de verter el cristianismo a los modos de pensar de la cultura griega. En este intento de adaptar el cristianismo a la mentalidad grecorromana, se les da prioridad a aquellos aspectos que podrían ser comprendidos con mayor facilidad dentro de esa mentalidad, como por ejemplo, la bondad de Dios manifestada en el orden del universo, su unicidad, la excelencia moral de la vida cristiana y la esperanza a la inmortalidad. Por esta razón, los misterios de la salvación por Cristo crucificado y resucitado, que los paganos más difícilmente podían comprender, quedan como en un segundo plano. De ahí que la aportación más importante de la apologética cristiana primitiva es la de que Dios es el Dios universal y salvador de todos los pueblos, sin que ante Él exista la distinción entre judíos y griegos. Los apologetas, al recoger la doctrina del Dios único y salvador de todos los hombres, aseguraron el triunfo definitivo del cristianismo frente al politeísmo pagano.