Nació en Siria, y siendo obispo de Antioquía, fue conducido de Siria a Roma para ser despedazado por las bestias en el anfiteatro. Durante este viaje escribió siete cartas: tres desde Troade y cuatro estando en Esmirna. Desde Troade escribió a la Iglesia de Esmirna, a su obispo Policarpo, y a la Iglesia de Filadelfia. Desde Esmirna escribió a las comunidades de Asia menor: Efeso, Magnesia y Tralles, con objeto de darles las gracias por haberle enviado una delegación para saludarle en el viaje hacia el martirio, y luego escribió otra carta a los romanos suplicándoles que no hiciesen diligencia alguna ante el emperador para alcanzar su libertad, si no que por el contrario, le permitiesen ser imitador de la pasión de su Dios. Dice: "Por lo que a mí me toca, escribo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco que yo estoy pronto a morir de buena gana por Dios, con tal de que vosotros no me lo impidáis. Yo os suplico: no mostréis para conmigo una benevolencia oportuna. Permitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como pan inmaculado de Cristo". Murió en el año 107, bajo la persecución del emperador Trajano.
San Ignacio de Antioquía fue el primero en emplear la expresión: "Iglesia Católica". Después de San Pablo y de San Juan, San Ignacio es uno de más antiguos teólogos, junto con San Ireneo de Lyón. Lo que nos hace venerable esta voz no es tanto su antigüedad sino el tono personal, apasionado y penetrante que la distingue entre todas las demás, voz que no ha dejado de resonar a lo largo de los siglos.